Felipe II, hijo de Carlos I e Isabel de
Portugal, reinó sobre un inmenso imperio, en el que los dominios
americanos alcanzaron su máxima expansión. A no ser emperador, pudo
gobernar exclusivamente en función de los intereses de la monarquía
hispánica.
A diferencia de su antecesor, el monarca se
encargaba personalmente del gobierno desde la villa de Madrid, que
convirtió en capital en 1561, y desde donde los Austrias dirigieron a
partir de entonces su extenso imperio. En los alrededores hizo construir
El Escorial, que acabó siendo su residencia y la sede del gobierno
hasta su muerte.
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